Santa Margarita María de Alacoque y el Purgatorio De la autobiografía de la Confidente del Sagrado Corazón de Jesús extractamos impactantes vivencias
con las almas penitentes Es notable en Santa Margarita María de Alacoque - cuyos escritos y revelaciones han sido tan aprobados por la Iglesia - su continuo trato con las almas del purgatorio. Nos limitaremos a copiar varios casos de los que narra en su autobiografía (que escribió por obediencia, con el mandato además de no quemarla, como había hecho otras veces con otras). "Se presentó repentinamente delante de mí una persona, hecha toda un fuego, cuyos ardores tan
vivamente me penetraron, que me parecía abrasarme con ella. Me dijo que era el religioso benedictino
que me había confesado una vez y me había mandado recibir la comunión, en premio de lo cual Dios
le había permitido dirigirse a mí para obtener de mí algún alivio en sus penas. Me pidió que ofreciese
por él todo cuanto pudiera hacer y sufrir durante tres meses. Me dijo que la causa de sus grandes
sufrimientos era, ante todo, porque había preferido el interés propio a la gloria divina, por demasiado
apego a su reputación; lo segundo, por la falta de caridad con sus hermanos; y lo tercero, por el
exceso del afecto natural que había tenido a las criaturas y de las pruebas que de él les había dado en
las conferencias espirituales, lo cual desagradaba mucho al Señor. Muy difícil me sería el poder explicar cuánto tuve que sufrir en estos tres meses. Porque no me
abandonaba un momento, y al lado donde él se hallaba me parecía verle hecho un fuego, y con tan
vivos dolores, que me veía obligada a gemir y llorar casi continuamente. Movida de compasión mi
superiora, me señaló buenas penitencias, sobre todo disciplinas, porque las penas y sufrimientos
exteriores que por caridad me hacían éstas sufrir aliviaban mucho las otras. Al fin de los tres meses le
vi de bien diferente manera: colmado de gozo y gloria, iba a gozar de su eterna dicha". Una religiosa fallecida mucho tiempo antes le insiste: "Tú estás ahí en tu cama muy a gusto; pero
mírame a mí acostada en un lecho de llamas, en donde sufro penas intolerables. Me mostró en efecto
aquel lecho horrible que me hace estremecer cuantas veces lo recuerdo. Estaba lleno por debajo de
puntas agudas e incandescentes que le penetraban la carne. Me desgarran - añadió - el corazón con peines de hierro candente, lo que constituye mi mayor dolor,
por los pensamientos de murmuración y desaprobación contra mis superiores, en que me detuve; mi
lengua (que siento como si continuamente me la arrancaran) está comida de los gusanos en castigo de
las palabras que he dicho contra la caridad. Tengo la boca toda ulcerada por mi falta de silencio y los
labios hinchados y carcomidos de úlceras. ¡Ah, cuánto desearía que todas las almas consagradas a
Dios pudieran verme en tan terrible tormento! ¡Si pudiera hacerles sentir la magnitud de mis dolores y
de los que están preparados a las que viven con negligencia en su vocación, sin duda que caminarían
con más fervor en su camino de la exacta observancia y cuidarían de no caer en las faltas que a mí me
producen tan terribles tormentos! Un día de exactitud en el silencio de toda la comunidad, curaría mi boca ulcerada. Otro pasado en la
práctica de la caridad, sin hacer ninguna falta contra ella, curaría mi lengua; y otro en que no se dijese
una palabra de crítica ni de desaprobación contra la superiora, curaría mi corazón desgarrado". A otra hermana ayudó la santa a cuidarla en su última enfermedad. Por tres veces se arrojó de la
cama y una exclamó: "¡Estoy perdida!". Después de muerta se le apareció y dijo "que durante su
agonía Satanás le dio tan furiosos asaltos por tres veces, que estuvo algún tiempo sin saber si se
condenaba o se salvaba, hasta que la Santísima Virgen vino a arrancarla de las garras del demonio". Y
en otra ocasión le añadió: "¡Oh, hermana mía, qué tormentos tan rigurosos sufro!, y aunque padezca
por varias cosas, hay tres que me hacen sufrir más que todo lo demás: La primera es el voto de obediencia que he observado tan mal, pues no obedecía más que en aquello
que me agradaba, y semejantes obediencias no sirven más que de condenación delante de Dios. La segunda es el voto de pobreza, pues no quería que nada me faltase, proporcionando varios alivios
a mi cuerpo. ¡Ah, qué caro pago ahora las caricias excesivas que le he hecho, y qué odiosas son a los
ojos de Dios las religiosas que quieren tener más de lo que es verdaderamente necesario y que no son
completamente pobres! La tercera cosa es la falta de caridad, y por haber sido causa de desunión, y haberla tenido con las
otras; y por esto, las oraciones que aquí se hacen no se me aplican y el Sagrado Corazón de
Jesucristo me ve sufrir sin compasión, porque yo no la tuve de aquellos a quienes veía sufrir". El 2 de mayo de 1683 escribía (carta XXIII): "Esta mañana, domingo del Buen Pastor, dos de mis
buenas amigas pacientes han venido a decirme adiós en el momento de despertarme, y que éste era el
día en que el Soberano pastor las recibía en su redil eterno, con más de un millón de otras almas, en
cuya compañía marchaban con cánticos de alegría inexplicables. Cuán transportada está mi alma de
alegría, porque cuando les hablaba me parecía que las veía poco a poco abismadas y como
sumergirse en la gloria". |